domingo, 11 de noviembre de 2012

Ni te quiero ni te olvido

Hubo veces en las que yo me sentía peor que tú, en las que los momentos más bonitos a tu lado eran al mismo tiempo los más amargos.

Nunca te diste cuenta.

Tú dejaste de cumplir promesas. Yo me prometía de todo para poder incumplirlo también.
Me prometí dejar de fumar.
Me prometí dejar de lado mis tardes de alcohol.
Me prometí dejar todas mis malas costumbres. Como pensar en ti.

Y lo hice. No he cumplido hasta ahora ninguna de mis promesas.
Ni siquiera cumplí la promesa que te hice a ti.
Y espero que la recuerdes.

Te prometí que nunca perderíamos el contacto, que podría pasar cualquier cosa excepto la que ambos odiábamos.

Odiábamos que las personas más importantes de nuestras vidas, las que nos habían hecho ser como éramos con sus ventajas y sus consecuencias. Las que habían formado parte de cada una de las etapas más intensas y espectaculares que habíamos vivido, un día cualquiera, en el momento más inesperado y como si fuese un mal truco de magia, parecían haber olvidado hasta nuestros nombres.

Odiábamos eso de que nuestros mejores recuerdos pareciesen repentinamente no haber existido nunca.
Odiábamos vernos obligados a no poder dirigir ni una sola palabra a esas personas que tanto pudimos querer, o incluso amar.

Por eso te hice esa promesa, sentada sobre ti en aquel banco cercano al lugar donde habías aparcado el coche. Una tarde de diciembre a las ocho y media de la tarde. Besándonos entre el castañeo de nuestros dientes. Justo cuando viste a tu ex-novia pasar delante de nosotros.

Hoy, casi tres años después sigo recordándolo. Y sé, que si no hemos vuelto a vernos, aunque si nos hemos mirado en la distacia, con tristeza por mi parte, por la tuya no lo sé. Es porque nunca podremos hacer realidad aquella promesa que rompí por razones que tal vez un día te explique si es que me estoy equivocando, o que quizás escriba en este blog. 

A fin de cuentas tengo muchas cosas que agradecerte.

Al final no me hiciste sufrir en vano.